A sus 42 años, está estudiando primero y segundo medio en un liceo nocturno de Puente Alto. Esto porque a los 12 dejó el colegio debido al cambio de su identidad de género. “Dejé todo botado porque nadie me aceptaba como era, yo nací diferente, nací distinta y cuando quise ser mujer, me rechazaron”. Aquí cuenta su lucha por ser tratada con dignidad y respeto.
Por María Teresa Villafrade
“Al principio todo fue muy difícil porque mi familia no me aceptaba. Ahora me quieren, pero fue un proceso largo”, dice Janis Abarzúa (42), una mujer trans que asegura haberse sentido siempre diferente.
“Nací distinta y en aquella época no era como ahora. Tuve que dejar el colegio por el bullying, yo era el mariconcito. En ese tiempo no había nada de programas de identidad de género, como ahora, y la gente era muy cruel. Yo con 11, 12 años, me hice mujer sola. Fue todo duro, un golpe para mi familia”, relata.
Como ocurría entonces y sigue pasando mucho todavía, a Janis se le cerraron todas las puertas y la única forma de subsistir que encontró fue el comercio sexual.
“Yo empecé muy chica mi transición, pero nunca imaginé todo lo que se venía encima por buscar mi felicidad. La discriminación, los reproches, la marginación, todo lo que una padecía. Empecé a prostituirme con ayuda de mujeres trans mayores que yo, pero nunca quise eso para mí. Nuestro ambiente era muy malo, nos pegaban, nos cogoteaban las propias compañeras. Eso ahora ya no pasa. Algunas se creían las dueñas de las calles, había drogas, alcohol, delincuencia”, recuerda.
Hasta que ejerciendo el comercio sexual conoció al que es hoy su marido. Se casaron legalmente en 2018, pero llevan juntos 23 años.
“Me ha ayudado y apoyado en todo, ha sido fundamental en mi vida, sin él no sería la Janis que soy. Él me hizo cambiar, me sacó del ambiente y se hizo cargo de mí”.
CAMBIO DE NOMBRE Y CAMBIO DE VIDA
Otro hecho relevante en la vida de Janis Abarzúa fue cambiar legalmente su nombre gracias a la ley 21.120 de diciembre de 2018 que dio derecho a la identidad de género y a la rectificación de sexo y nombre registral. Si bien tardó cinco años en promulgarse, finalmente se hizo realidad.
“A partir de ese momento, con el puro hecho de cambiarme de nombre, me cambió la vida, pude acceder a seguir estudiando y empecé a buscar trabajo”, señala.
-¿Por qué no pudiste hacerlo antes?
-Porque antes, cuando lo había intentado y me llamaban por mi nombre legal, era muy vergonzoso. No había respeto: una tenía que andar explicándole a la gente en los consultorios, por ejemplo, yo le explicaba a la recepcionista si me podía llamar por mi nombre social y no por el legal y era todo un problema, tenía que contarle prácticamente toda mi vida.
Para ella, Samantha Azócar, una amiga que había conocida en la época en que iban a la disco en Plaza Italia, es todo un referente.
Samantha es trabajadora social y vicepresidenta de la oenegé Acción Diversa que forma parte de la red Acción Solidaria de Hogar de Cristo. Es también su apoderada en el Liceo Industrial de Puente Alto, donde Janis estudia primero y segundo medio en horario nocturno.
“Asisto martes, miércoles y jueves, de siete a diez de la noche. El año pasado hice séptimo y octavo básico. La vida de Samantha fue muy distinta a la mía, y si ella pudo, ¿por qué yo no? No quería seguir estigmatizada como todas las chicas trans, quise dar la pelea para demostrar que soy un ser humano como todos”.
Confiesa que aún conserva algunas amigas de la época en que se hicieron juntas mujeres.
Y recalca que ahora es menos complejo. “Me parece fabuloso porque tienen toda una vida por delante: pueden estudiar y ser personas de bien. No tendrán que pasar por lo que yo pasé, llegar a la prostitución, exponiéndose en las calles al frío, a la delincuencia, a la droga”.
-¿Qué ha sido de tus amigas que también pudieron cambiar su nombre legalmente?
-Hay chicas que cambiaron su carné pero no su estilo de vida, siguen en el comercio sexual porque ganan más plata, pero esas son opciones que se toman y yo no las juzgo. Es más rentable el comercio sexual, jamás van a ganar eso en otra parte. Además, a algunas no les gustan que las manden.
Janis Abarzúa no añora nada de ese ambiente. “Muchas veces sentí miedo, no quería eso para mí, pero debía ganar plata para poder comer y sobrevivir. Haberme integrado a la sociedad ha sido mucho mejor. Antes nuestra sola existencia era un escándalo, un atentado a la moral y las buenas costumbres”.
CHAPADA A LA ANTIGUA
Ella se define como una mujer chapada a la antigua, porque no le gusta que la miren ni andar exhibiéndose ni besándose con su marido en público.
“Con que andemos juntos basta y sobra. No tengo que demostrar nada más, porque a veces en el Metro, en la calle, van niños, familias. La gente comenta más si ve a un hombre con una mujer trans que ver a dos hombres o dos mujeres besándose. Les resulta más chocante lo primero.
-¿Son más aceptados los homosexuales y las lesbianas?
-Sí, de todas maneras, mucho más que las personas trans. No me gusta en todo caso hacer exhibicionismo, me molesta que me miren mucho. Me gusta que me respeten y por eso no ando llamando la atención ni provocando en la calle. Soy conservadora, en ese sentido. Si voy con mi pareja, no me gusta que le digan cosas a él. Basta con que vean que andamos juntos. Evito los problemas y amargarme la vida, es mejor ser más reservada. La gente acepta pero hasta por ahí.
No siempre fue así. De joven, asegura, hizo muchas veces “el ridículo”.
Explica: “A veces me acuerdo de eso, pero fue parte de mi adolescencia y juventud, porque tuve que aprender sola a ser mujer. Ser mujer no es solamente pintarse ni ponerse ropa femenina, es mucho más. No puedes andar desprestigiando a las mujeres trans, me gusta que me vean que soy linda, decente”.
DE JENNIFER A JANIS
Janis cuenta que en el colegio sólo estudió hasta séptimo básico.
“Me retiré porque empecé a ser mujer y dejé todo tirado, busqué mi felicidad. No la iba a sacrificar por darle el gusto a mi familia, al qué dirán, teniendo una doble vida. Eso lo encuentro atroz. De niña me sentí distinta, siempre fui “el mariconcito”, para mi familia no fue ninguna novedad tan grande”.
No entiende por qué ella es así, pero ha buscado explicación.
“Mi mamá dice que cuando estaba embarazada de mí, ella quería tener una mujer y me tenía hasta el nombre: Jennifer Carolina. Como no nací mujer, mi papá me puso el nombre. Eso quizás pudo generar que naciera yo con la sensación de estar en un cuerpo que no era mío”.
A veces, lamenta haber perdido tanto el tiempo y no haber empezado antes a estudiar. “Es lo más bacán estudiar, me cuestiono haber perdido tanto tiempo, pero antiguamente era imposible, si eras transexual no podías. Te pedían un montón de papeles, hasta exámenes sicológicos y evaluación siquiátrica. Me gustaría ser cosmetóloga o estudiar marketing digital, algo con mucha demanda. Una cosa corta porque no puedo pasarme la vida estudiando”.
Asegura que “gracias a Dios jamás me he inyectado nada, las operaciones que tengo me las hice con cirujanos establecidos”.
Y vuelve a agradecer el apoyo de su marido. “Si no lo hubiera conocido a él, me habría perdido en la noche, en la droga, en el alcohol, como tantas. Estábamos condenadas a una vida oscura y trágica. Muchas compañeras mías ya no están en este mundo”, concluye.