Carolina Urrutia: “Soy una mamá en movimiento”

Tiene 48 años y vive en Maipú. Al inicio de la pandemia, notó el hambre que sufría su comunidad y decidió hacer algo; estableció ollas comúnes en el comité vecinal “El Ensueño” que entrega más de 500 platos de comida cada semana. Luego, en febrero de este año, cuando el mega incendio consumió Viña del Mar, se unió a otras dirigentes para actuar en Quilpué, donde los primeros tres días prepararon y entregaron más de 3 mil raciones. Sus hijos la siguen en su compromiso social.

Por Matías Concha P.

“Al llegar, no conocíamos a nadie, pero en cuestión de días ya estábamos organizando una sede comunitaria donde pasábamos las mañanas cocinando ollas comunes; fue realmente hermoso. Pronto comenzaron a llegar donaciones de alimentos y voluntarios y vecinos se sumaron al esfuerzo. Incluso contábamos con motos y camionetas particulares que se encargaban de recoger y distribuir las comidas en los sectores más afectados por el incendio”, recuerda Carola.

-¿Dónde se instalaron?

-El primer mes nos quedamos en el Club Deportivo Bellusac, en Quilpué, luego nos fuimos al Club Deportivo Valencia, en Pompeya. Al principio, pensaban que nuestra estadía sería de tres días, pero al final se extendió a mes y medio. La solidaridad que encontramos fue enorme, sobre todo considerando que éramos ocho adultos con siete niños, y muchas veces tuvimos que dormir en el suelo. Entre nosotras había compañeras de ollas comúnes de Cerro Navia, Renca y San Miguel, todas líderes sociales con experiencia en comedores comunitarios.

Desde sus comienzos y gracias a las gestiones de Carolina, el comedor solidario fue ingresado a la red de ollas comunes de Acción Solidaria. Gracias a esto, el comedor pudo entregar más de 50 mil raciones para familias damnificadas en situación de pobreza en Quilpué y Viña del Mar.

-Y todo auto gestionado, prácticamente no recibimos apoyo del Gobierno o del Estado o de los empresarios. Incluso, antes de partir, organizamos una campaña de recolección de alimentos, y a esto hay que sumarle que todos los comedores solidarios y las ollas comúnes destinaron sus recursos a los damnificados de Viña del Mar.

ORGANIZACIÓN, DISTRIBUCIÓN Y ELABORACIÓN

Hoy, Carolina está de vuelta en Maipú, pero su contribución en Quilpué trascendió las ollas comunes. Tomó la iniciativa de capacitar a vecinas locales en la organización, distribución y elaboración de ollas comunes y comedores solidarios, abarcando desde el manejo eficiente de utensilios industriales hasta la precisión en los tiempos de cocción.

“Cocinar ollas comunes para diez personas no es lo mismo que para quinientas”, señala Carolina. Ante esta realidad, ella y sus compañeras decidieron impartir formación a las vecinas de diversos sectores, incluyendo a mujeres del Salto, Achupalla, Pompeya Norte, Pompeya Sur y Sector Azul. La necesidad de marcharse planteaba el riesgo de cesar la entrega de mil doscientas raciones diarias. “Por lo tanto, hemos optado por continuar apañando, asistiendo cada 15 días durante los fines de semana. En cada visita, recolectan diversos insumos para poder proporcionar otras mil doscientas raciones”.

-¿En qué pudieron capacitar a las vecinas?

-Partimos con las ollas comunitarias, y ahí no solo era cosa de darles la comida, sino que también les enseñamos a organizarse, a armar sus propias cocinas solidarias. Me tocaba ir con mis compañeras por diferentes barrios, llevábamos los fogones, los utensilios, todo lo nuestro, y se los dejábamos. Les mostrábamos cómo seguir adelante, cómo cocinar para un montón, el cuidado de la comida, cómo evitar que se pierdan recursos y cómo asegurarse de que la ayuda llegue a quienes más lo necesitan. En Quilpué, por dar un ejemplo, tenían como 20 cocinas pequeñas funcionando por separado; les sugerimos unirse en una sola más grande. Al final, logramos dejar cinco cocinas bien montadas, y hasta el día de hoy seguimos dándoles una mano.

-¿De dónde viene su sentido social?

-Soy originaria de Villa Francia, un barrio de lucha y de historia. Mi mamá fue presa política, y ella me enseñó que hay que pensar en los demás y armar comunidad. Hoy, mi comunidad en Maipú ha aprendido algo de eso, antes del comedor solidario nadie se conocía. Mis hijos se impacientan a veces; tienen una mamá siempre en movimiento, que los llevó a vivir un mes en el suelo. Pero están aprendiendo una lección vital: la solidaridad no es solo un acto de generosidad, sino una verdadera obligación. Entender que es fácil ignorar el hambre, la miseria y la necesidad cuando no se ha vivido de cerca, pero actuar es lo que realmente cuenta. Eso es lo que mis hijos están aprendiendo.

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