¿Ya conoces a UPA? Solo falta que tú digas “chalupa”

Esa es la invitación que hace la trabajadora social y fundadora de la organización Unidos para Ayudar (UPA), Kamila García, quien a los 12 años vio por primera vez a una persona en situación de calle y desde entonces no ha parado de luchar por darles dignidad y respeto. Esta es su historia.

Por María Teresa Villafrade

“A los 12 años me di cuenta que la realidad que yo vivía no era la misma para todos”, parte contando Kamila García (29), trabajadora social que definió su vocación apenas supo que existía una carrera que, a su juicio, no es suficientemente valorada en Chile, que es muy mal pagada siendo que su rol es fundamental para una sociedad que busca progresar en equidad.

“Ha faltado visibilizar más la importancia de nuestro rol, posicionarnos, porque nosotros tenemos que atender todos los espacios en los que una persona se relaciona, sabemos mucho de todo pero no hacemos mucha investigación. Es una profesión ingrata, tienes que saber de sicología, de medicina, de todo, pero cuesta que se le dé importancia de lo que hacemos para lo esencial que es”, explica.

Recuerda que si bien su familia se alegró de que ella quisiera seguir estudiando tras finalizar el colegio, le advirtieron que la profesión para la cual se preparaba no le iba a dar para vivir, que siempre iba a ser pobre.

“Yo sufrí de bullying en el colegio desde sexto básico y cuando terminé cuarto medio decidí que no quería estudiar nunca más, sentarme en una sala de clases y estar con compañeros, hacer exposiciones, no quería nada de eso. Por eso cuando supe que existía la carrera de Trabajo Social, me enamoré, dije esto es lo mío y superé el trauma de infancia que arrastraba conmigo. Mi papá fue volando a matricularme apenas le conté mi decisión”, recuerda.

EL HOMBRE DE OJOS AZULES COMO EL MAR

Kamila cuenta que su vocación por ayudar a otros partió a los 12 años cuando debió acompañar a su abuela al hospital.

“Hasta ese día, yo vivía en una burbuja de clase media alta, pensaba que todo el mundo se atendía en una clínica como yo. Ese día en el hospital, vi por primera vez en mi vida a una persona durmiendo en el suelo. La gente lo miraba y pasaba de largo. Recuerdo que me acerqué al caballero, lo ayudé a levantarse y me di cuenta que estaba borracho. Me puse a conversar con él y me contó toda su historia”, recuerda.

Dado que le tocó ir varias veces al hospital, dice que un día se dio cuenta que el hombre tenía los “ojos azules como el mar, preciosos”, y como él trabajaba de cartonero, ella le llevaba unas “lucas” y colaciones para que pudiera resistir la jornada.

“Me pegó muy fuerte conocer la realidad de las personas en situación de calle. Desde entonces, siempre que veía alguien en la calle, yo intentaba ayudarle, le daba algo, un cigarrito, lo que fuera. Por eso cuando cumplí los 18 años y supe que existía la carrera de trabajadora social, fue una revelación para mí”.

Fue su hermana mayor, por parte de su padre, la que la ayudó y le contó. “Ella es psicóloga, me orientó y nunca olvidé lo que me dijo: que yo debería estudiar para párvulo, terapia ocupacional  o trabajo social. Le pregunté ¿qué es trabajo social? Y ella respondió: Imagínate que el Estado te dé diez millones de pesos y con eso tienes que tratar de ayudar a la mayor cantidad de gente posible. Yo quedé impactada, ¿en serio existe eso?”.

Entró a estudiar al instituto profesional AIEP; primero, la carrera técnica, y después siguió hasta obtener el título profesional.

PROBLEMAS EN EL CAMINO

Su experiencia laboral comenzó en una organización llamada Tibet haciendo lo que más le ha gustado siempre: rutas calle. Estuvo dos años allí y después se cambió a Moviliza, otra oenegé que trabaja con personas en situación de calle.

“Me contrataron para la central de coordinación. Así, tuve la oportunidad de conocer todo el sistema del programa Noche Digna”, agrega. Pero su fuerte motivación por ayudar especialmente a los menores de edad que se encontraban tan vulnerados, le jugó una mala pasada. Kamila explica:

“Se presentaron dificultades, porque yo y dos amigas más nos llevamos a vivir con nosotros a ocho niños que estaban en situación de calle. Fue tal la repercusión que nunca más me dejaron trabajar para una organización que tuviera financiamiento del Estado. Parece que les echamos abajo un proyecto de un albergue para niños en situación de calle. Me dijeron que estaba vulnerando los derechos del niño, pero lo que intentaba era evitar que se vulneraran sus derechos. Nos quisieron hacer un sumario, yo era la única que tenía título de todas las personas involucradas. Tenía miedo, pero asumí las consecuencias. Si me quitan el titulo, estudiaré algo afín. El conocimiento no te lo va a quitar nadie”.

Dice que al final todo salió bien y que algunos de esos niños lograron reinsertarse. En vista que se le cerraron muchas puertas, dejó toda la labor social de lado hasta que unos amigos empezaron a insistirle que retomara las rutas calle, que esa eran su pasión. “Yo era la que me estaba frenando”. Así nació Unidos para Ayudar (UPA), en plena pandemia y entregando platos de comida a los más necesitados y excluidos de la sociedad.

“La palabra UPA busca que todos se sientan parte de la organización. Si falta un eslabón, no funciona. Significa démosle para adelante, solo falta que tú digas ¡chalupa!”

BARRIDO SOCIAL: 60 PUNTOS CALLE

Kamila García arrendaba una pieza en una casa cultural en La Florida. Preguntó si podía guardar donaciones de la gente una o dos veces a la semana, y si se podía cocinar allí.

“Me dijeron que sí y así empezamos a hacer rutas calle. No me puse freno. Llevaba registros de todo, fotos y de información. Nunca le tomamos fotos a la gente recibiendo un plato de comida porque eso lo encuentro denigrante, pero sí a los voluntarios en terreno, a las cajitas vacías cuando llegábamos de vuelta. Empecé a jugar con el excell para organizar el trabajo, iba dando cuenta de todo lo que hacíamos, para ser transparentes: de todo. Por eso empecé a hacer las planillas con registros de lugares a dónde íbamos, qué entregábamos, cuántos voluntarios -llegamos a ser 20-, hasta la placa patente del auto que salía a repartir los alimentos”, dice.

Kamila se encarga de la logística y las salidas al terreno. “Nuestra labor no es entregar solo comida, es conocer sus historias, hablar con ellos. Me preocupo por conseguir siempre alimentos nutritivos porque son personas que comen de vez en cuando legumbres, por ejemplo. Me iba a los negocios de mi sector, donde siempre compro pan, verduras, y les pedía un par de zanahorias, una cebolla. Ellos se reían de mí, porque les pedía de a poco y al final ya sabían y me tenían de todo. Cami te tengo fruta, te tengo pan”.

Luego de todo el primer año de labor de su fundación, ella hizo lo que define como “un barrido social por la ciudad”, identificando al menos 60 puntos calle en las comunas de La Florida, La Granja, San Miguel, Puente Alto, Maipú, Pudahuel, Pedro Aguirre Cerda y Peñalolén.

“Me pasaba mucho cuando yo trabajaba en Moviliza que te decían en la Copec hay gente en situación de calle, pero vas y te encuentras allí con 8 mil escondites. Entonces en mi planilla yo anoto todo con observaciones: las personas están detrás de los aparatos para inflar los neumáticos. Así, el día que yo no salgo, otros voluntarios pueden encontrarlos. Se hace el trabajo más expedito”.

¿SE PUEDE AYUDAR A TODOS?

Kamila recuerda que fue a tocar las puertas de Acción Solidaria de Hogar de Cristo. “Les pedí ayuda con unos flyers digitales para pedir donaciones de ropa y de inmediato me contactaron y me empezaron a ofrecer cosas que nunca les pedí, incluso nos apoyaron con lucas de unos fondos que ellos tenían. Toda esa entrega en lo personal siempre me ha sorprendido y ayudado mucho en la vida. Desde que dejé de vivir con mi mamá, me costó mucho pedir ayuda en lo que fuera que yo necesitara y UPA me ha enseñado que pedir no es malo sobre todo si es para una buena causa, incluso si es para mí”.

Lamenta no poder dedicarse ciento por ciento a la fundación. Debe ganarse la vida y para eso trabaja haciendo aseo y también con jóvenes egresados del Sename.

Kamila García junto a una persona en situación de calle.

“Mi sueño es que no muera gente en la calle. Se me rompe el corazón, no lo tolero. Un día le pregunté a un amigo si se podía ayudar a todos y me dijo que no. Entonces me puse a llorar de frustración, porque la gente no cree o cree que no se puede, esa falta de fe me dio mucha pena. Yo, porfiada, lo intento igual. Pesqué todas las comunas que había recorrido, dividí, por ejemplo, en La Florida había 15 puntos calle, en San Miguel, 12, y en todas las comunas con más de 10 puntos calle, empecé a buscar voluntarios por comuna. Así, los que cocinaban para la ruta en La Granja, son voluntarios que viven en esa comuna, los recursos que se levantaban era de ahí mismo, eso permitía que los voluntarios destinaran menos tiempo para hacer sus tareas y que fuera de manera más focalizada. Se produce un acercamiento importante, una relación. Si alguien sabe que una persona necesita calcetines, era más fácil que se acordara y se los llevara porque vive en su sector, el trato directo se hace más expedito. El 2021 logramos levantar trabajos en siete comunas: Maipú, Pudahuel, Pedro Aguirre Cerda, Peñalolén, La Florida, La Granja y San Miguel”.

Su fundación está focalizada en atender principalmente a las personas mayores en situación de calle. “Querría tener una casa para ellos, donde puedan ser cuidados con dignidad y morir bajo un techo. Que mueran con una manito al lado de ellos. Sabiendo que alguien los acompañó hasta el final”.

Te invitamos a conocer la FUNDACIÓN UPA en su bio de Instagram

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